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¡Hacia el paradigma de la vida plena! |
La educación –en su expresión institucional o
escolarizada- no ha contribuido a que cada hombre y mujer de esta planeta se
sienta absoluta y apasionadamente convencido de que la vida, o es plena, o no
es vida. Es decir, a la educación se le ha utilizado para que incorporemos, en
nuestras estructuras intelectuales, saberes que parecen encontrar su máximo
valor en la memorización mecánica, no en su significado para la vida de quien
los obtiene.
Ha llegado la hora de cambiar, ha llegado la
hora del cambio en nuestras formas de entender, sentir y vivir la educación
(sea en las instituciones, sea en la calle, sea en el campo, sea en las plazas
políticas). El cambio es necesario y urgente. Por eso no puede reducirse a
cambio de saberes, ni de técnicas, ni de métodos, ni siquiera cambio de
instituciones.
El cambio es un cambio desde adentro, es un
cambio de esquemas mentales, de sentimientos, de emocionalidades relativas a la
educación. Es un cambio de paradigma, puesto en palabras más usuales en
nuestros tiempos.
Ésta es la hora de asumir, con toda nuestra
fuerza individual y colectiva, que educar no es otra cosa que propiciar, y
propiciarnos, una vida plena, una vida total, una vida que trasciende la simple
satisfacción de necesidades materiales o básicas. La vida plena es aquella que
se expresa en:
• Una
corporalidad sana y activa,
• Una inteligencia emocional desarrollada que
nos permite sentirnos felices, dispuestos y automotivados para todo,
• Una
inteligencia social que nos conecta, que nos hace sentirnos parte de entornos
sociales y culturales, y nos compromete política y ciudadanamente,
• Una
inteligencia ecológica que nos hace comprender la necesidad de cuidar
amorosamente la Tierra, de preservar y desarrollar todas las formas de vida de
nuestra casa planetaria,
• Una
espiritualidad que nos llena de energía interior, que nos da la fuerza para
anhelar -para nosotros y los demás- una vida a tope, pero llena de ternura
profunda.
Vida plena es sentir, en lo más íntimo de
nuestro ser individual, pero también en lo íntimo de nuestras comunidades, que
todas nuestras dimensiones deben desarrollarse, que todas nuestras necesidades
deben satisfacerse, que todas nuestras capacidades deben acrecentarse y darse
al mundo. Que tenemos el derecho a vivir, pero a vivir dignamente.
La educación consiste, entonces, en todo
esfuerzo, toda acción, toda iniciativa que nos lleve a demandar (nos) este
paradigma de la vida plena. Una de sus consecuencias o efectos será construir
comunidades de educadores y educadoras que sientan esa llamada de vida, que se
sientan conectados a la vocación de ser humanos, que se sientan con el
compromiso de defender, proteger y desarrollar la vida plena.
Con estos llamados, las comunidades de
educadores y educadoras comprometidos con el paradigma de la vida plena,
dejarán de esforzarse tanto en lo que “enseñan” para ocuparse, tierna,
apasionada y profundamente, en el oficio de aprender.
La conexión entre vida y aprendizaje es una
conexión que hemos olvidado en medio de nuestra adhesión ciega al paradigma educativo
del racionalismo. La vida está hecha de aprendizajes, y los aprendizajes están
hechos desde y para la vida.
Esta página estará dedicada a contribuir en
esa creación mundial de un paradigma de la vida plena, que lo ejerzan hombres y
mujeres que crean en la educación como camino, como vía, como puerta o como
puente a mundos y escenarios insospechados de humanidad tierna y técnica,
afectiva y efectiva, holística y científica.
¡Vivir para aprender, aprender para vivir! He
aquí la llamada a educadores y educadoras constructoras de la vida plena.
INTERPRETO EL SIGUENTE TEXTO:
La conexión entre vida y aprendizaje es una
conexión que hemos olvidado en medio de nuestra adhesión ciega al paradigma educativo
del racionalismo. La vida está hecha de aprendizajes, y los aprendizajes están
hechos desde y para la vida.